La Tierra, que bien podría ser denominada Agua por su alto contenido en esa sustancia en estado líquido (aproximadamente el 71% de la superficie del planeta), y que por narcisismo fue denominada Tierra (ya que el ser humano habita en tierra firme), inició un proceso de transformación que ha conseguido originar y albergar vida.
En el transcurso del tiempo se ha visto sometida a un sinfín de condiciones distintas que ningún ser humano hubiera sido capaz de tolerar, pero cuando la naturaleza ha estado provista de las circunstancias precisas para engendrarnos, lo ha hecho (a sabiendas o no de nuestra condición). La raza humana es fruto de un ensayo que comenzó a brotar aproximadamente hace 5 o 6 millones de años con los primeros homínidos y que fue evolucionando hace aproximadamente 3,5 millones de años con el primer australophitecus hasta transformarse en el homo sapiens "moderno" hará alrededor de 200.000 años.
Es, cuanto menos cómico, echar la vista atrás para darse cuenta de la distinguida relevancia que nos damos los seres humanos en comparación a nuestro período de existencia en la Tierra.
Este estado de conciencia de nosotros mismos implica que nos queramos definir como seres distintos, nos enaltece frente al resto de seres que cohabitan con nosotros, y lo potenciamos mediante religiones basadas en teorías absurdas de humanoides supremos reafirmándonos con conductas incondicionales que encumbran esas teorías. Y todo porque somos incapaces de comprender y asumir nuestra propia existencia.
Ese espíritu de supremacía que nos caracteriza nos ha hecho invulnerables a la ignorancia en la que vivimos.
Tendremos suerte si duramos más que los dinosaurios.