RELATO:
“El aprendiz de artesano posó sus manos sobre la masa húmeda y deformada de barro y arcilla que reposaba en el torno, sabía que darle forma a la pieza que imaginaba en su cabeza era casi una quimera, dada su falta de experiencia y su anodina destreza.Sin embargo, alejando sus miedos, empezó a darle al pedal que engranaba el plato giratorio del torno, y una vez puesto en marcha cerró los ojos para dejarse llevar por el deseo de crear un jarrón…
Su pensamiento se extendió hacia sus extremidades como en una gran orquesta donde hay distintos instrumentos de cuerda, de viento, de percusión y las notas se van acompasando paulatinamente. A través de una concentración intensa se convirtió en el director de esa composición sonora, siendo capaz de mezclar, reunir y ensamblar una diversidad de elementos que le permitieran empezar una sinfonía.
A medida que apreciaba el calor en sus dedos por el roce del barro, se sentía cada vez más libre, independiente y bien avenido. Estaba empezando a construir aquello que siempre deseó, se encontraba delante de una aspiración importante. Él buscaba algo más que la sencillez de una representación melodiosa, conducía sus manos a crear algo que pudiera reflejar su felicidad.
Tras un largo vaivén de inquietudes perfiló la idea de proyectar en la figura, el equilibrio. Un equilibrio del cual no sabía si carecía en su interior.
Permaneció un tiempo más sintiendo el fango, buscando como expresar el conjunto de pensamientos que debían caracterizar su obra, todo aquello que él conceptuaba como equilibrio, estabilidad, madurez.
Cuando se sintió suficientemente absorto en la tarea que llevaba a cabo y logró diseñar una figura mental, se embarcó en un profundo estado que le permitió recapacitar acerca de sus aptitudes y limitaciones. Sabía, que como en la vida, no debía embarcarse en empresas con consecuencias adversas, así que, al tener conciencia de las claves de si mismo, desechó su primera idea demasiado vanidosa para realizar un segundo esbozo del equilibrio un poco más simple.
Inició la tarea intentando construir la peana del jarrón, realizar un proyecto coherente y realista que sustentase la base de la figura. Para conseguirlo desenterró los grandes pilares que sostenían su vida, el amor, la cultura y el trabajo. Removía aquellas cosas que se hacen sin improvisar, es decir, los pilares básicos de su existencia, en los que las imperfecciones deben pulirse a menudo para eliminar las lacras. Y así lo hizo, creó una base cilíndrica suficientemente ancha que con esmero alisó para no dejarla descompensada.
Con el proyecto ya iniciado, se le desplegó un abanico de emociones que se colaron por los entresijos de su paisaje interior, se dio cuenta de que sin esos principios no hubiera podido aventurarse a levantar un jarro. Sin amor no podría haber empezado a formar algo bello, y más aún, no podría apreciar su belleza una vez estuviera acabada su obra; sin cultura no podría evocar la estética, no podría ser dueño de su parcela interior que le permitiera una conjunción entre arte y diseño, porque no conocería lo externo; y sin trabajo no hubiera aprendido ni experimentado lo suficiente para encontrar la virtud y las mañas necesarias para crear algo.
Con la peana finalizada se aventuró con el contorno de la base, debía trabajar duro para moldear esa parte más extensa, inventar un tramo cóncavo que confluyera en otro convexo para permitir dar paso al cuello del jarrón.
Mientras ponía toda su pericia en ello, empezó la búsqueda interior de uno de sus peores enemigos y se encontró de frente con él, la voluntad. Sabía que debía hacer el ejercicio de mantener una voluntad sólida, firme, recia, compacta, consistente, al igual que su jarrón. Todos sus retos y metas estaban ahí frente a su ser, necesitaba tener determinación, apuntar hacia su objetivo, sin detenerse ante nada, sabía que llegaría más lejos con su voluntad que con su inteligencia. Debía desarrollar en su interior varias notas clave, el orden, la motivación, la constancia, la disciplina, hacer aflorar la costumbre de no dejarse vencer ante los conflictos y de gobernarse sin perder los estribos a pesar de las dificultades, roces y fracasos.
Muy entroncada con esta idea quedaba la base de su jarrón, tenía que darle una forma justa y templada, al igual que cuando se les da a las cosas la importancia que realmente tienen.
Debía evocar el pasado como el conjunto de experiencias que le habían hecho sentarse en el taburete, abriendo su cuerpo al porvenir, consiguiendo pasar las páginas negativas como un ejercicio de salud mental y olvidándose de quedar atrapado en la tupida red del dolor, de las dificultades y de las neurosis que cualquier experiencia espinosa nos obliga a vivir.
Debía mostrarse hacia el futuro en sintonía con su corazón y su cabeza, su intelecto debía fundirse con su afecto, de esa forma podría entornar el cuello del jarrón como un modelo de identidad positivo, atrayente y con coherencia interior que no estuviese arrastrado por la imitación de ejemplos cotidianos enfermos o cosas huecas de contenido artístico, superficiales y vacías que no provocan ningún tipo de admiración.
Y así lo hizo, puso toda su pasión y paciencia, se desinhibió de posibles atranques y le dio forma al cuello, consiguió proporcionar sentido al jarrón, lo matizó con fuerza, coherencia y lo más importante con una finalidad y un destino.
Tras un sensual estado de letargo como el que sufre un hambriento tras un copioso banquete, se apartó del taburete, del torno, del pedal y del plato, pero no del jarrón. Mantuvo su mirada fija en él. Había conseguido lo que su mente había proyectado la segunda vez que esbozó la figura, se sintió más que satisfecho.
Al rato, se dio media vuelta con la intención de volver al día siguiente y admirar la obra que tanto sacrificio espiritual le había costado.
Al día siguiente, al volver, vio una masa seca y uniforme de barro que dibujaba un jarrón sencillo y desnudo que podría pasar desapercibido en cualquier tienda de artesanía. Se planteó la situación con apatía, sin embargo, consideró más oportuno tantearlo como un reto, creyó que tal vez no era su destino ser artesano pero se convenció de que en otro momento que tuviera mayor inspiración volvería a intentar hacer un jarrón más bello, más pulcro y más equilibrado.
Y así, esperando la inspiración pasaron los días, los meses, los años y ésta no llegó, tal vez no volvió a tener la oportunidad de sentarse frente al torno, o puede que la idea de ser artesano era demasiado presuntuosa, pese a ello, al aprendiz de artesano, durante todos los días, todos los meses y todos los años de su vida hasta el día de su muerte, importunado algunas veces por dificultades y bienaventurado otras veces por la fortuna, al igual que su jarrón, tuvo una vida equilibrada y con una finalidad.”
“La búsqueda interior alberga tesoros inexplorados.”
1 comentario:
Siendo una ardua tarea el continuo equilibrio del ser y su debenir, parece casi imposible mantenerse cuerdo en este mundo en el que vivimos. Pese a ello nos esforzamos de cara a la galería en parecer normales para dejarnos libres en nuestros momentos privados. La distancia entre estos dos puntos, su mitad, es nuestro comportamiento en grupo de gente cercana. ¿Ese sería el equilibrio?...
Mientras no hagas daño a nadie...ese sería el equibrio casi perfecto.
Salutti.
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